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Cuando su hijo lo mira con esos ojos grandes y le pide una galleta, es difícil decirle que no. Especialmente si cumplirle ese antojo puede evitar una incómoda escena de llanto en público. Esa golosina lo mantiene feliz y tranquilo y complacerlo parece un acto inocente.
Y si no es un confite lo que quiere, sino un cereal azucarado para el desayuno o un helado después del almuerzo o esos dulces que recogió en su calabaza este Halloween, ¿cómo negarle ese placer infantil? Después de todo, usted quiere ser un buen padre y esto implica hacer feliz a su hijo.
Pare. Píenselo nuevamente. Más que las grasas, ahora son bien conocidas las consecuencias que esa pequeña bomba de azúcar puede tener en los niños.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que los azúcares presentes en las comidas de los menores de edad no aporten más del 5% de las calorías diarias, es decir, de tres a cuatro cucharadas. Ni un gramo más. El problema es que una sola malteada de chocolate ya supone un 9,1% de lo que deberían ingerir a diario.
Aunque usted crea que la pataleta de su hijo es fruto de la necesidad que tiene de algo dulce, esto es un truco. Johana Correa, endocrinóloga pediátrica y maestra de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, asegura que los niños lo que requieren son grasas, proteínas y carbohidratos.
Dentro de estos últimos, más que los azúcares simples, lo que ellos necesitan es carbohidratos complejos que se encuentran en la papa, el arroz, el pan, las arepas y en las frutas y las verduras.
Algunas publicaciones relevantes sobre este tema, en particular de la OMS, la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el World Cancer Research Fund, concuerdan en que los factores más importantes que promueven el aumento de peso en adultos y niños, así como enfermedades como diabetes, enfermedades cardíacas y colesterol alto son el consumo elevado de productos de bajo valor nutricional y contenido alto de azúcar, grasa y sal. Por ejemplo, los helados. A esta ingesta habitual de “snacks” se suma la actividad física insuficiente. Esta es la receta de la obesidad.
Es importante entender que un niño “gordito”, “repuestico” y “rozagante”, no es sinónimo de alguien bien alimentado y sano. Se considera que un niño es obeso cuando supera el 20 por ciento de su peso ideal. Lo alarmante es que los niños obesos tienden a seguir teniendo exceso de peso en la edad adulta.
Un jugo de caja para la merienda, otras galletas por la tarde y la torta de cumpleaños del compañerito del colegio se acumulan en el cuerpo rápidamente, y estas golosinas aparentemente inocuas generan un efecto mucho peor de lo que imagina.
Aunque la lengua tiene cinco tipos de receptores para dulce, salado, ácido, amargo y umami (considerado el quinto sabor y presente en forma natural, por ejemplo, en el queso parmesano), ¿ha notado que hay personas más dependientes del sabor dulce que de los otros cuatro?
Esto se debe al fenómeno de “adaptación del paladar”, explicado por Correa. En los primeros cinco años el paladar de los humanos se acostumbra a los alimentos que le ofrecen: “En estas primeras etapas de desarrollo del niño se le debe adaptar a las comidas más importantes, las más nutritivas, y no exponerlos a los dulces. Que predomine el consumo de frutas y ensaladas pues en esta edad ellos se acostumbran a lo que uno les dé. Esos primeros años hay que tratar de evitar el dulce. Darles dos o máximo tres veces a la semana para evitar que su paladar desarrolle atracción por estos sabores”.
Esto le evitará más de un berrinche después de los cinco años, pues, según Correa, “de esta manera el niño no tendrá el hábito del dulce y no lo pedirá de forma constante”.
En los setenta se culpaba al consumo de grasa de la obesidad y los problemas del corazón, lo que fomentó el consumo de productos bajos en grasa. El problema es que, para mantener el mismo sabor, la industria alimentaria aumentó el azúcar en los productos que llegaban a las mesas. Un error costoso.
Como resultado de este cambio, los adultos, por lo menos en Estados Unidos, han aumentado su ingesta de azúcar en un 30% durante las últimas décadas.
En Colombia no hay una medición clara sobre el nivel de azúcar adicionada a la comida que consumen las personas. Sin embargo, de acuerdo a la aproximación que hizo un equipo de investigadores de la Universidad de Washington en San Luis y la Universidad de Sao Paulo, en el país este sobrepasa lo recomendado por la OMS, porque en promedio se ingiere el 15,1 %.
Aunque evitar dulces, malvaviscos y gaseosas puede parecer obvio para algunos padres, no es tan simple. Si usted compra en la tienda de la esquina es probable que esté comiendo azúcar innecesaria.
David Fernando López Daza, jefe de la Fundación Universitaria de Ciencias de la Salud (Fucs) del grupo hospitalario de San José, asegura que en el país el problema del azúcar añadido por un lado viene de los alimentos procesados y, por otro, de la gran cantidad de este que se le adhiere a los alimentos caseros como jugos, cereales azucarados o bebidas achocolatadas.
López cuenta que los azúcares perjudiciales son los agregados a los alimentos y bebidas cuando se procesan o preparan. Estos están en alimentos como golosinas, gaseosas, bebidas deportivas y productos empaquetados. Pero, insidiosamente, también se hallan en salsas para pasta y condimentos como salsa de tomate y aderezos para ensaladas.
El término “agregado” es clave, porque hay otros azúcares que se encuentran naturalmente en alimentos saludables y nutritivos, como la leche y las frutas que también contienen fibra y otros nutrientes.
Alrededor del 80% de los 600,000 alimentos empaquetados que se pueden comprar en Estados Unidos tienen edulcorantes calóricos y azúcar extra, según el doctor Robert Lustig, quien ha pasado los últimos 19 años tratando la obesidad infantil. Su voz se levantan en contra de este fenómeno en su libro Fat Chance: La verdad oculta sobre el azúcar, la obesidad y la enfermedad.
En entrevista con el periódico inglés The Guardian, aseguró que “el consumo diario de fructosa se ha duplicado en los últimos 30 años en ese país, un patrón también observable, aunque no idéntico en Gran Bretaña, Canadá, Malasia, India, en todo el mundo desarrollado y en desarrollo”. Así que el consumo mundial de azúcar se ha triplicado en los últimos años, mientras que la población solo se ha duplicado. La pandemia de la obesidad tiene sentido.
Según Luz Helena Moreno, pediatra de grupo EMI, “los azúcares añadidos aumentan el exceso de energía y reducen la densidad de nutrientes en nuestras dietas”.
Aunque la obesidad infantil se ha incrementado exponencialmente, investigadores de las Universidades de California en San Francisco y de Touro son optimistas pues siguieron de cerca a 43 niños con sobrepeso y descubrieron que la reducción del consumo de azúcar, incluso manteniendo la misma cantidad de calorías y de comida chatarra como las papas fritas, condujo a una reducción dramática en 10 días.
Así que es posible que el niño que tiene sobrepeso en este momento mejore su condición de salud si reduce o elimina el azúcar de su dieta.
La responsabilidad de la alimentación de su hijo es solo suya. No ceda fácilmente a los caprichos del niño. Si su hijo le pide una barra de mantequilla, nunca diría que sí. Está llena de grasa, lo que usted desconoce es que un jugo de caja, como el que le empaca en la lonchera, equivale a darle un cuarto de esa margarina.
Por lo tanto, la próxima vez que esté en una fiesta de cumpleaños y su hijo le pida otra bola de helado o mañana, cuando su hijo quiera consumir las bolsas de dulces que recogió, recuerde que la felicidad temporal que siente hoy podría llevar a problemas de salud en el futuro.
Cuando escuche “triqui, triqui, Halloween”, quiero dulces para mí” no se asuste. No se trata de prohibir el dulce, es cuestión de regular.
Correa le recomienda a las familias que disfruten y recojan los dulces con los niños. Pero luego, clasifique lo recibido, revisen sus fechas de vencimiento y los guarden para distribuirlos en varias semanas. El problema no es la comida en sí, sino la cantidad y la frecuencia en que se come
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