El estrés psicológico activa el centro del miedo en el cerebro, poniendo en marcha una cascada de reacciones que pueden causar ataques al miocardio y accidentes cerebrovasculares.
Seguramente ya estás familiarizado con estos factores de riesgo importantes de la enfermedad cardiovascular: presión arterial alta, colesterol alto, tabaquismo, diabetes, obesidad y falta de ejercicio. También es muy probable que tu médico te haya revisado más de una vez para saber si corres estos riesgos y, espero, te ha brindado consejos o algún tratamiento para evitar un infarto o apoplejía.
Pero, ¿te has preguntado por el nivel de estrés en tu vida? El estrés psicológico crónico, según muestran estudios recientes, podría ser igual de importante —o quizá incluso más— para la salud de tu corazón que los factores tradicionales de riesgo cardiovasculare. De hecho, en la gente con corazones no tan saludables, el estrés mental sobrepasa al estrés físico como posible precipitante de infartos al miocardio fatales o no fatales, y de otros eventos cardiovasculares, de acuerdo con el informe más reciente.
La nueva investigación, publicada en noviembre en la revista médica JAMA, evaluó los devenires de 918 pacientes que se sabía tenían una enfermedad cardiovascular subyacente, aunque estable, para ver cómo reaccionaba su cuerpo al estrés físico y mental. Los participantes se sometieron a pruebas estandarizadas de estrés físico y mental para ver si sus corazones desarrollaban isquemia miocárdica —una reducción significativa del flujo sanguíneo a los músculos del corazón, que puede ser un desencadenante de eventos cardiovasculares— bajo una o ambas formas de estrés. A continuación, los investigadores les hicieron un seguimiento que duró entre cuatro y nueve años.
Entre los participantes del estudio que experimentaron isquemia durante una o ambas pruebas, esta reacción adversa al estrés mental afectó significativamente, de mayor manera que el estrés físico, los corazones y las vidas de los pacientes. Estos tenían más probabilidades de sufrir un ataque cardíaco no mortal o de morir de una enfermedad cardiovascular en los años siguientes.
Ojalá hubiera sabido eso en 1982, cuando mi padre tuvo un infarto al miocardio que casi lo mata. Al salir del hospital, le advirtieron de que no se excediera con el estrés físico, como por ejemplo que no levantara nada que pesara más de 13 kilogramos. Pero nunca se le advirtió sobre el estrés emocional indebido o los riesgos de reaccionar de forma exagerada ante circunstancias frustrantes, como cuando el conductor que le precedía conducía demasiado despacio en una zona donde no se puede rebasar.
Las nuevas conclusiones subrayan los resultados de un estudio anterior que evaluó la relación entre los factores de riesgo y las enfermedades cardíacas en 24.767 pacientes de 52 países. Esa investigación reveló que los pacientes que experimentaron un alto nivel de estrés psicológico durante el año anterior a su entrada en el estudio tenían más del doble de probabilidades de sufrir un infarto durante un seguimiento promedio de cinco años, incluso teniendo en cuenta los factores de riesgo tradicionales.
El estudio, conocido como Interheart, demostró que el estrés psicológico es un factor de riesgo independiente para los infartos al miocardio, tan nocivo para el corazón como los otros riesgos cardiovasculares que se evalúan con mayor frecuencia, explicó Michael Osborne, cardiólogo del Hospital General de Massachusetts.
Pero, ¿qué ocurre con los efectos del estrés en las personas cuyo corazón aún está sano? El estrés psicológico adopta muchas formas. Puede producirse de forma aguda, causado por incidentes como la pérdida de un trabajo, la muerte de un ser querido o la destrucción de la casa en un desastre natural. Un estudio reciente realizado en Escandinavia descubrió que, a la semana siguiente de la muerte de un hijo, el riesgo de que los padres sufrieran un ataque al corazón era más de tres veces superior al esperado. El estrés emocional también puede ser crónico, como resultado, por ejemplo, de una inseguridad económica continua, de vivir en una zona de alta criminalidad o de experimentar una depresión o ansiedad implacables. Los padres en duelo del estudio escandinavo siguieron presentando un elevado riesgo cardíaco años después de la muerte de sus hijos.
Cómo el estrés daña al corazón
Osborne participó con un equipo de expertos dirigido por Ahmed Tawakol, también del Hospital General de Massachusetts, en un análisis de cómo reacciona el cuerpo al estrés psicológico. Osborne afirmó que las pruebas acumuladas sobre cómo responden el cerebro y el cuerpo al estrés psicológico crónico sugerían firmemente que la medicina moderna había estado descuidando un peligro de importancia crítica para la salud del corazón.
Todo comienza en la parte del cerebro que procesa el miedo, la amígdala, que reacciona al estrés activando la llamada respuesta de lucha o huida, lo que desencadena la liberación de hormonas que, con el tiempo, pueden aumentar los niveles de grasa corporal, la presión arterial y la resistencia a la insulina. Además, según explicó el equipo, la cascada de reacciones al estrés provoca la inflamación de las arterias, favorece la coagulación de la sangre y deteriora la función de los vasos sanguíneos, todo lo cual favorece la aterosclerosis, la enfermedad arterial que subyace en la mayoría de los ataques cardíacos y los accidentes cerebrovasculares.
El equipo de Tawakol explicó que las imágenes neurológicas avanzadas permitieron medir directamente el impacto del estrés en diversos tejidos corporales, incluido el cerebro. Un estudio previo con 293 personas inicialmente libres de enfermedades cardiovasculares que se sometieron a escáneres de cuerpo entero que incluían la actividad cerebral tuvo un resultado revelador. Cinco años más tarde, se comprobó que los individuos que tenían una actividad elevada en la amígdala presentaban mayores niveles de inflamación y aterosclerosis.
Aquellos con un nivel elevado de estrés emocional desarrollaron evidencias biológicas de enfermedades cardiovasculares. Por el contrario, según Osborne, “las personas que no están demasiado tensas” son menos propensas a experimentar los efectos cardíacos del estrés.
Los investigadores estudian ahora el impacto en el cerebro de un programa de reducción del estrés denominado SMART-3RP (por la sigla en inglés de Programa de Gestión del Estrés y Entrenamiento para la Resiliencia-Respuesta de Relajación), así como en los factores biológicos que favorecen la aterosclerosis. El programa está diseñado para ayudar a las personas a reducir el estrés y fomentar la resiliencia mediante técnicas de mente y cuerpo como la meditación basada en la atención plena, el yoga y el taichí. Estas medidas activan el sistema nervioso parasimpático, que calma el cerebro y el cuerpo.
Desactiva el estrés y sus efectos
Incluso sin un programa formal, Osborne aseguró que las personas pueden minimizar las reacciones de su cuerpo causadas por el estrés y que dañan el corazón. Una de las mejores maneras es mediante el ejercicio físico habitual, que puede ayudar a amortiguar el estrés y la inflamación corporal que este puede causar.
Como dormir mal aumenta el estrés y favorece la inflamación arterial, desarrollar buenos hábitos de sueño también puede reducir el riesgo de daños cardiovasculares. Adopta un patrón consistente para la hora de acostarte y despertarte, y a la hora de acostarte evita la exposición a pantallas que emitan luz azul, como los teléfonos y las computadoras, o usa filtros de luz azul para esos dispositivos.
Practica medidas relajantes como la meditación de atención plena y las técnicas calmantes que ralentizan la respiración, como el yoga y el taichí.
Varios medicamentos comunes también pueden ayudar, comentó Osborne. Las estatinas no solo reducen el colesterol, sino que también contrarrestan la inflamación arterial, lo que supone un beneficio cardiovascular mayor que el de sus efectos reductores del colesterol por sí solos. Los antidepresivos, incluido el anestésico ketamina, también pueden ayudar a minimizar la actividad excesiva de la amígdala y aliviar el estrés en las personas con depresión.